Relato que ha participado en el 47 concurso del blog El Tintero de Oro
Gracias a todos los que han votado por este relato,
al resto de ganadores, a todos los participantes
y a todo el Tintero de Oro.
Anoche soñé contigo, nos besábamos con pasión en aquella cabaña destartalada. Tus manos recorrían mi cuerpo y tu lengua las acompañaba, haciendo que mi piel se erizara, calentándome todos mis sentidos. Mi sexo palpitaba, quería de ti, quería que me penetraras y llegaras hasta mi alma, solo así podría calmar la terrible sed de ti…
Tu rosa roja
Ese primer texto, que apareció en el periódico en el especial de abril, fue el detonante de lo que ocurrió a continuación. El mencionado diario se llenó de quejas y, al mismo tiempo, de alabanzas: “¿cómo se les ocurría publicar aquella aberración?”, clamaban unos; “¡sí, libertad sexual!”, opinaban otros. La persona que se escondía tras aquel sugerente seudónimo, mujer con total seguridad, era desconocida para todos, hasta para los empleados del periódico. Solo el director del mismo conocía su nombre y bajo su propia responsabilidad había decidido publicarlo, con la intención de remover conciencias, como él mismo declaraba en el editorial días después, contestando e intentando apaciguar las voces en su contra que se habían levantado.
Te deseo, como nunca he deseado a nadie. Deseo tu cuerpo, tu piel pegada a la mía en un abrazo eterno… Tus besos, ¡oh, tus besos! ¡Qué bien besas! Mis labios se amoldan a los tuyos y tu lengua recorre la mía en un susurro eterno. Me encanta sentirla dentro de mí y entonces, solo entonces, es cuando bajo mi mano y toco tu miembro erecto, ¡qué placer sin igual! Dos enamorados volcados al gozo, a la felicidad mutua, no hay más, no necesito más, no quiero más.
Tu rosa roja
Las ventas se duplicaron. Los diferentes medios de comunicación se hicieron eco de la noticia. El debate social estaba en boca de todos:
―Una mujer no debería escribir eso. Es una descarada.
―¿Por qué no? Las mujeres también tienen derecho a sentir placer.
―Seguro que es un hombre, un escritor bohemio, un viejo verde. No tiene por qué ser mujer.
―Un periódico de ese prestigio no debería publicar esos textos.
―Es literatura, ¿por qué no debería hacerlo?
―¡Es una vergüenza!
―La vergüenza es que se tenga que ocultar, por ser mujer o por lo que sea. Tendría que haber más libertad.
No te vayas, por favor, no me dejes. Déjame amarte un minuto más, un segundo más. Deja que mi lengua te recorra entero, para que tu sabor permanezca en mí hasta que la muerte me lleve con ella. ¡Ven, mi amor! ¡Ven! Acaríciame como solo tú sabes hacerlo, como solo tú me tocas. Llévame al éxtasis con tus movimientos, con tu lengua, con tu mano y dejemos que el mundo se olvide de nosotros por un momento; y dejemos que nosotros nos olvidemos del mundo por un momento.
Tu rosa roja
Detrás de aquel primer especial de literatura, llegaron otros, a petición popular; y aunque el periódico había perdido antiguos suscriptores, nobles de la más pura aristocracia de la época, había ganado otros y, sobre todo, había despertado a las masas. Grupos de jóvenes, en su mayoría mujeres, comenzaron a manifestarse pidiendo más libertad, reclamando justicia para su persona. Sus reivindicaciones llegaron, incluso, al gobierno, formado, en su mayoría, por hombres y, para sorpresa de todos, fueron escuchadas, solamente escuchadas.
Al periódico llegaban todos los días miles de cartas para “tu rosa roja”. Querían hablar con esa persona, conocerla, e, incluso, publicar sus escritos o, en el lado contrario, ajusticiarla por su falta de vergüenza.
Hasta que la bomba cayó por su propio peso.
Hace días que no te veo, trabajo me dices. Todas las noches te recuerdo, aunque no quiera, mis sueños húmedos me despiertan. Las contracciones de mi sexo pidiéndote a gritos y la oleada de calor que experimento, me recuerdan los buenos momentos que hemos pasado. No sé si volveremos a vernos, me temo lo peor, pero te aseguro que no habrá nadie como tú. Yo solo quiero pasármelo bien y tú también, pero supongo que la sociedad no lo ve así, no hacemos daño a nadie, tanto tú como yo somos libres, ¿por qué ese rencor? La vida ya es demasiado dura para, encima, vivir reprimidos. Seguirás mío en el recuerdo y quizá, ¡quién sabe!, algún día vuelva a tenerte entre mis brazos.
Tu rosa roja
Seis meses después de que apareciera el primer texto en el periódico, este fue censurado y cerraba sus puertas, dejando a muchos trabajadores en la calle y a un director huido del país por las represalias que pudiera tener. La sociedad aclamó esa decisión y los pocos que los defendieron fueron, de forma paulatina, callando sus bocas, por miedo; al igual que los grupos de mujeres que se habían manifestado. Había quedado claro que el mundo no estaba preparado para ninguna “rosa roja”.
Nadie intentó averiguar la identidad de aquella desconocida y pronto todos se olvidaron de ella. Aunque sus textos fueron recortados y guardados en los cajones de las mesitas de noche de muchos hombres y muchas mujeres, los primeros para soñar despiertos y las segundas para soñar dormidas.
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