Relato para el blog El Acervo de Letras
Todos deseaban que llegara ese día, 5-10-2024: la celebración del quinto aniversario de su empresa, CINCO CURRANTES. Y no solo porque había pasado un lustro desde que aquel cinco de octubre de 2019 la abrieran, sino también porque rimaba con su nombre, con el aniversario y porque no, nadie haría la dichosa rima de hincar nada en nadie… Se lo habían currado, también y tan bien como su nombre indicaba, y eso había que celebrarlo por todo lo alto.
Durante los meses anteriores, las idas y venidas fueron enormes, de la máquina de café al despacho, del despacho a la máquina de café, un tránsito de idas y venidas que no se podía comparar ni con la hora punta en el metro: había que preparar el evento. Agustín Peliagudo, Nicolás Bienhecho, Bruno Almenos, Leticia Saldecuentas y Elena Lasiestas, fundadores de la empresa CINCO CURRANTES, tenían el deber para ellos mismos y para sus empleados de organizar la mejor fiesta de aniversario del mundo mundial. La empresa era grande, vamos, el fiestorro en sí, la empresa apenas llegaba a veinte empleados, más ellos cinco, veinticinco bocas que alimentar y, en este caso, que motivar con su aniversario.
Nicolás y Leticia y Bruno y Elena eran pareja y un día, allá por el verano del 2019, recién despedidos los cuatro de sus anteriores trabajos, decidieron montar una imprenta. No tenían ni idea de imprimir, ni de máquinas de impresión, ni de nada por el estilo, pero les gustó la idea. El primer problema al que se enfrentaron era que no tenían ni un duro para montar el negocio y los bancos ni querían verlos. Pero Nicolás, siempre con su buen hacer, no en vano era un Bienhecho, recordó que tenía un primo allende los mares con mucho dinero. Más rico que Amancio Ortega, pero nadie sabía nada, tenía el dinero escondido debajo del colchón y vivía en una cuadra que ni los cerdos vivirían en ella. Era muy peliagudo, haciendo honor a su apellido, y más tacaño que el que inventó el carpaccio…
Lo convencieron a base de lametones de oreja y se convirtió en el presidente supremo de la empresa. Fue entonces cuando decidió cambiar su chabola de allende los mares por un piso en la Castellana. Todavía hoy recuerdan a Don Peliagudo pagando en metálico la entrada del piso, billete a billete y alguna que otra moneda.
Y bueno, aunque los expertos comentaban que la empresa duraría un mes, ahí están, ya cinco años y Don Peliagudo ganando más dinero todavía. Por tanto, la fiesta tenía que ser a lo grande.
Como tenían pasta, optaron por alquilar un local en un hotel en pleno centro de Madrid, aperitivos variados para cenar, barra libre hasta que el cuerpo aguantase y música en directo. Entrada gratuita para todos los empleados sin excepción, hasta el último mono que había llegado un mes antes, y sus familiares, previamente registrados. Y 55 € por cabeza para todo aquel mindundi ajeno a la empresa que quisiera codearse con los CINCO CURRANTES. El señor Peliagudo así lo había dispuesto, no en vano se jugaba su dinero.
La fiesta llegó y fue tal su impacto entre los medios de comunicación que hasta Matías Prats la anunció en el telediario: no eres un cinco y lo sabes, comentó con su particular carisma. Hubo que colocar a dos esbirros más grandes que un tonel en la puerta del hotel para limitar la entrada; los 55 € se le quedaron cortos a muchos y Don Peliagudo tenía el símbolo del dólar reflejado en sus córneas. Había tanta gente que los otro cuatro currantes se quedaron difuminados en la sala y el resto de empleados se amotinó en el baño, más grande que una de las habitaciones del hotel, para celebrar su propia fiesta.
Al día siguiente, los prestigiosos periódicos nacionales se hacían eco de la noticia: la empresa CINCO CURRANTES había montado una fiesta que ni las de los equipos de fútbol ganando la copa del mundo. Tanto había gustado al personal, ajeno a la empresa claro, que ya hablaban de Don Peliagudo como el próximo organizador de fiestas y este, leyendo las noticias, se frotaba las manos porque el dinero le ardía entre las mismas.
Y, mientras, el verdadero personal de la empresa, con los ojos vidriosos por el alcohol, el poco que los de la entrada de 55€ le dejaron, se recostaba entre las máquinas fotocopiadoras de la empresa aquejados de mil y una contracturas al tener que bailar en las estrecheces del cuarto de baño de la sala. Una fiesta que pasaría a la historia por el hambre que pasaron ya que solo un plato de carpaccio consiguió llegar al baño y conforme llegó, se acabó, ni a una fibra de carne tocaron.
Los otros cuatro jefes, que se pasaron la fiesta en un rincón viendo pasar gente y gente que no conocían, llegaron al trabajo al día siguiente con una sonrisa de oreja a oreja para disimular. Y de disimulo en disimulo fueron preguntando al resto del personal que haciendo lo propio los felicitaba, encima, por tan buena fiesta.
Aunque, eso sí, los teléfonos comenzaron a sonar desde primera hora por tan magnífica publicidad como recibieron, lo que les asegura trabajo para, por lo menos, como admite Bruno Almenos, los cinco años siguientes. Fecha en la cual realizarán una fiesta todavía mejor que la anterior.
Mercedes Soriano Trapero
Para el VadeReto