Relato escrito para el Tintero de Oro y su homenaje a Isabel Allende
La casa estaba en ruinas, pero por eso nos costó tan barata. Podríamos reformarla a nuestro gusto con el dinero que nos habíamos ahorrado y convertirla en la casa de nuestros sueños o eso pensábamos.
Pronto empezaron a suceder cosas raras: una puerta que se mueve cuando no hay viento, un grifo que no deja de gotear, objetos descolocados…, no le dimos importancia; teníamos perro, Barrabás se llamaba, muy travieso e inquieto y achacábamos a él la mayoría de esas cosas raras.
Sin embargo, de cosas raras y casi sin importancia pasamos, una noche, a sucesos inexplicables. Teníamos a Barrabás con nosotros en la cama, a nuestros pies, era una noche cálida de verano, las ventanas estaban abiertas, hacía calor, del pequeño jardín que teníamos en la parte delantera de la casa comenzaron a llegar ruidos, como si estuvieran cavando. Barrabás alzó sus grandes orejas y empezó a aullar. Ninguno de los dos nos atrevíamos a ir hasta allí, ni el perro parecía tampoco querer moverse de la cama, pero tuvimos que hacerlo, pensábamos que podía ser un ladrón. Cogimos una linterna y con Barrabás en brazos, nos acercamos hasta allí, no vimos nada, ni siquiera el pico y la pala estaban fuera de lugar, nada. Barrabás ya no ladraba, aunque su rabo no paraba de moverse, estaba contento, yo sabía que había algo allí y él lo presentía. No dije nada a mi novio y volvimos a la cama.
Al día siguiente, la sorpresa fue monumental al levantarnos de la cama, ese pequeño jardín delantero que decoraba nuestra casa estaba totalmente arreglado, con las flores que habíamos comprado plantadas, la tierra humedecida de haberlas regado y, además, todo con un orden exquisito. También había protegido cada planta con unos alambres que teníamos en el trastero para que Barrabás no se acercara a ellas y este corría de un lado a otro loco de contento.
Quedaban, todavía, muchos arreglos por hacer en la casa y cada noche oíamos ruidos que provenían de aquellas habitaciones en las que algo estaba mal, incluso, la parte posterior, llena de maleza y flores secas, fue, poco a poco, convirtiéndose en un jardín espléndido.
Teníamos un miedo inmenso, pero el perro no mostraba ninguna inquietud, alguna vez aullaba, para, después, mostrarse contento y feliz. No notábamos tampoco ninguna presencia extraña a nuestro lado ni habíamos visto nada cuando, en la noche, salíamos a investigar. Si eran espíritus, estos se estaban preocupando por arreglar la casa y no porque nosotros estuviéramos allí, pero ¿qué pasaría cuando todo estuviera arreglado?
Nos asaltaban las dudas y pensamos, varias veces, en irnos, pero el lugar se estaba convirtiendo en la casa de nuestros sueños, todo lo que queríamos aparecía arreglado una noche y sin nosotros preocuparnos de hacerlo, era, igualmente, un sueño: renovar las estancias sin mover un dedo. Así que decidimos poner una cámara en el collar de Barrabás y dejarlo suelto por la noche, para que este caminase por la casa a su antojo.
Las grabaciones de la cámara nos confirmaron lo que intuíamos, no vimos ningún fantasma, pero sí las herramientas flotando en el aire, las plantas moviéndose solas por la casa y a Barrabás corriendo de un lado a otro, jugando con el aire.
Solo nos quedaba investigar, preguntar a los vecinos por si sabían algo, nadie nos dijo nada. Y nosotros, asustados, comenzamos a pagar las consecuencias: el insomnio se apoderó de nuestras noches y durante el día nos convertimos en espíritus andantes incapaces de rendir en el trabajo, por lo que nos despidieron, sin ningún tipo de contemplación.
Decidimos abandonar la casa, pero cuando Barrabás vio que hacíamos las maletas se puso muy agresivo y acabó destrozándolas. No podíamos vivir sin trabajar y aquella casa nos estaba matando, el perro no lo entendía. Además, pronto estaría todo arreglado y ¿qué pasaría después? El miedo nos impulsó, incluso, a dejar allí a nuestro querido perro y marcharnos lo más lejos posible, pero no fuimos capaces.
Con pocas opciones que barajar, pensamos que si aquellos espíritus no nos habían hecho nada ya y Barrabás parecía confiar en ellos, debíamos tenerlos siempre ocupados y nosotros buscar, al mismo tiempo, algo que nos diera beneficios para poder vivir sin movernos de allí. Después de valorar la posibilidad de mostrar la casa como una casa de espíritus, pensamos que nos tomarían por locos y quizá, Barrabás y aquellos espíritus podían molestarse, así que decidimos transformar una de las habitaciones en una tienda de cuadros. Ambos pintábamos paisajes en nuestros ratos libres y esa ocasión podía ser la perfecta para explotar nuestras habilidades, así lo hicimos. Transformamos una habitación en un estudio y otra en museo y tienda, esta con acceso al jardín trasero que podía ser visitado también. Los espíritus se mostraron encantados con la nueva ocupación, pues tenían mucho que arreglar y nosotros nos pudimos dedicar en cuerpo y alma a nuestra pasión: pintar.
Llamamos al museo La casa de los espíritus y hoy, veinte años después, podemos afirmar que vivimos de ello, nos va muy bien. Perdimos a Barrabás en estos años, lo enterramos en el jardín, aunque lo oímos aullar alguna noche y es el compañero de juegos perfecto de nuestro Barrabás 2.
En mitad del salón, colocamos un cuadro enorme pintado por nosotros, el primero que hicimos, es nuestra casa, con Barrabás en la puerta y la palabra gracias saliendo de la chimenea. Esta casa nos ha dado tanto que ya hemos dejado por escrito que queremos ser enterrados junto a Barrabás y, como no tenemos descendencia, pero sí muchos sobrinos, iremos probando uno por uno a ver cuál de ellos tiene la misma comunión que nosotros con nuestros espíritus, con Barrabás y con la pintura, para que herede la casa después y perviva el legado que ellos empezaron.
Mercedes Soriano Trapero
Para el Tintero de Oro