Las flores de la luna.

 

Las flores de la luna

En aquel paraje inhóspito, maldito para la vida, donde ni siquiera el sol se atrevía a entrar, una pequeña flor se abría paso entre las piedras buscando los rayos del astro rey. Unas ligeras gotas de lluvia que resbalaban entre las rocas la habían hecho nacer y crecer, y la pequeña flor, esperanzada, esperaba y esperaba a que la luz la iluminase para continuar su crecimiento. Pero el sol, huidizo, evitaba aquel túmulo de piedras dueño de la oscuridad y la flor, resignada, agonizaba por momentos. Ya sus escasos pétalos, sus débiles hojas y su corto tallo comenzaban a acusar la falta de un rayo de sol, doblegándose a la evidencia, cuando la luna llena, consciente de la situación de la pequeña flor, dejó que sus rayos lunares la acariciaran. Su respuesta fue inmediata, los pétalos, poco a poco, comenzaron a abrirse, el tallo se enderezó poderoso y las hojas bailaron alegremente mecidas por el viento de la noche.

Después de esa flor nació otra y otra…, llenando aquel paraje yerto de una frondosidad sin igual. El sol, incrédulo, se asomó entonces al mismo y las templó con sus poderosos rayos, pero las flores se recluyeron en su corola, asustadas, pues ellas esperaban a que llegara la noche para que la luna las iluminara y las llenara de vida.

Celoso, el sol recriminó a la luna su actuación y esta, tranquila, le contó lo que la pequeña flor había esperado al nacer y él no cumplió. Avergonzado, el astro rey se ocultó entre las nubes y lloró y lloró por no haberse dado cuenta de lo que la pequeña flor anhelaba. La luna cubrió con su manto el lluvioso día y entonó la melodía de la noche para calmar al apesadumbrado sol que, mecido por sus acordes, durmió plácidamente mientras las flores lo mecían entre sus pétalos.

Y así es como surgieron las flores de la noche, las que adoran a la luna llena y duermen al caluroso sol; las que brillan en la noche y se visten de paz por el día.

Mercedes Soriano Trapero