09 junio 2022

Para reflexionar.

 



La niña apareció en mi puerta, con su ropa remendada, sus ojillos suplicantes y una media sonrisa. Imposible no escucharla, imposible no acogerla. En su casa no había dinero, ni pan para comer. Su familia salía a mendigar. Su padre recorría los bares, su madre y hermano pequeño las tiendas y centros comerciales, a ella le tocaban las casas.

Subsistían con lo poco que les daban, apenas quedaba para comer, las facturas se lo llevaban todo. No tenían trabajo ni conocían a nadie que pudiera echarles una mano.

La sociedad miraba a otro lado cuando pedían, cuando los veían pasar. Alguien, a veces, les daba unas monedas, con eso curaban su propio ego consumista y se libraban del cargo de conciencia; pero nadie intentaba poner una solución definitiva a esa situación o, incluso, los acusaban de ser ellos los causantes de la misma: mala administración de sus ahorros, poca cabeza a la hora de tener hijos, casa, etc. Nadie se paraba a escuchar a esa niña o a los padres, cansados ya de tocar a tantas puertas… Eso demostraba que ella y su familia no eran los “pobres”, sino más bien la sociedad entera que tiene el corazón vacío y son pobres de espíritu.

Hasta que, por fin, la niña tocó en la puerta adecuada y consigue algo más que unas tristes monedas, que solo pondrían un parche a su situación, consigue un trabajo para su padre, una vivienda digna asequible a sus posibilidades y, sobre todo, que ni ella ni su hermano se vean obligados a mendigar, dejando a un lado la que debería ser su principal obligación: jugar.


Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay

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