05 julio 2022

Los cuentos han cambiado.

 


¡Espero no tener que repetírtelo! Gruñó la vieja y fea madrastra.

La niña pensaba en aquel cuento: “¿por qué mi vida es tan parecida a la de Cenicienta? Estoy viviendo ese cuento”. Y es que Alicia vivía con su padre tras la muerte de su madre, ocurrida al poco tiempo de que ella naciera. Era feliz a pesar de todo, hasta que llegaron su madrastra con sus dos hijas y le arruinaran la vida. La obligaban a limpiar sus habitaciones, a plancharles la ropa, a cumplir sus órdenes, aunque tenían servicio de limpieza, y su padre, en su trabajo, permanecía ajeno a lo que su hija sufría. Esta no podía decirle nada, pues estaba amenazada.

Alicia recordaba ese cuento que su padre le leía cuando era pequeña, le ilusionaba ese mundo maravilloso…, aunque aquí, la realidad, en pleno siglo XXI, era bastante diferente: no había bailes en castillos, ni príncipes azules, ni carrozas con blancos caballos y vestidos deslumbrantes. También dudaba, incluso, de que las hadas madrinas existieran. Pero se equivocaba, sí existían las hadas madrinas y esta se apareció un día, en el instituto, en su misma clase, para recordarle que era única y especial, que no necesitaba a ningún príncipe azul y que se fuera con ella de la mano para alejarse de las brujas que le hacían la vida imposible.

Cuando cumplió la mayoría de edad, Alicia voló de mano de su hada madrina, como ella siempre la llamó, su compañera y amor para toda la vida.


Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay

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