¡Hola!
He descubierto un nuevo reto del blog Acervo de letras en el que su dueño, José Antonio, nos propone escribir una historia siguiendo unos supuestos relacionados con una caja misteriosa. Me pareció una muy buena sugerencia, así que aquí está mi escrito para el mismo.
Cenábamos en familia, como cada 31 de diciembre, esperando para brindar juntos por el nuevo año. Ninguno sabíamos lo que los inicios del mismo nos iba a deparar y hoy, veinticinco años después, ya es necesario que se cuente.
Como siempre, nos separaron en dos mesas: los mayores y los pequeños. Yo estaba, obviamente, en la de los pequeños con mis primos, tenía diez años y solo me apetecía jugar, no pensaba en eso del nuevo año, ni en el futuro, ni siquiera en lo que decían los mayores de los propósitos… Me daba todo igual, pero los primeros minutos del 2023 hicieron que madurara de repente y hoy, tanto tiempo después, me pregunto cómo hubiera sido mi vida si el timbre de la puerta no hubiera sonado a las doce en punto de la noche.
Casi ninguno lo oímos, yo bromeaba con las uvas con mi primo Rubén, retándonos a ver cuál de los dos se las comía antes sin ahogarse, hasta que mi padre dio un grito para llamar nuestra atención:
―¡Silencio! ¡Esperad! Me parece que he oído el timbre de la puerta.
―Pero, ¿quién va a llamar a estas horas, Raúl? Te lo habrá parecido...
―Que sí, mujer, que sí, que lo he oído… Anda, Raquelita, ve a abrir, tú que no te comes las uvas…
Y mi prima Raquel, un año menor que yo, que odiaba las uvas, le tocó ir a abrir la puerta. Abrió, miró lo que había en el umbral, cerró y volvió corriendo cuando ya todos acabábamos de terminar el atracón de las uvas y las campanadas. Entre besos y abrazos, con su pequeña voz, se hizo escuchar.
―Tío Raúl, no había nadie en la puerta, solo una caja en el suelo.
Entonces, se pararon las felicitaciones, los tragos de sidra y mi padre, con un “os dije que había oído el timbre”, salió a por la caja y regresó con ella como un trofeo, colocándola en mitad de la mesa y generando expectación en todos los presentes.
―¿Y de quién es esta caja? No trae etiquetas de ningún tipo, ni nombres, ni nada por el estilo… ―Comentó mi madre extrañada y, típico en ella, alertando a mi padre para que no la tocara más―. Ni se te ocurra abrirla, Raúl, a saber lo que contenga…
―Quizá es una bomba, ―soltó mi primo Andrés, muy aficionado a los juegos de guerra.
―Esto seguro que es una broma de los vecinos del segundo, que siempre están de bromas contigo, ¿verdad, Sergio? ―Dijo mi madre incrédula.
Y yo asentí porque, efectivamente, mis amigos del segundo eran muy dados a las bromas y, de vez en cuando, nos gastábamos alguna que otra bromeja que hacía enfadar a nuestros respectivos padres, pero entonces recordé un dato importante.
―No creo que sea de ellos, mamá, se fueron el otro día a la nieve a pasar fin de año, ¿te acuerdas?
―¡Ah! ¡Es verdad! Bueno, pues si ninguno ha pedido nada, no sabemos de quién es y para nosotros no es, pues la dejaremos en la terraza a la espera de que algún vecino la reclame…
―¿Y nos vamos a quedar sin saber qué tiene dentro? Quizá es algo importante o es un animal y tenemos que darle de comer.
Mi primo y sus grandes ideas, aunque esta vez tenía razón, todos nos moríamos de ganas por saber qué había en la caja. Así que, tras muchas miradas entre nosotros, unas con precaución, otras con curiosidad y otras con expectación, decidimos, bueno, decidieron los mayores, o tal vez fue mi padre solo, que era mejor abrirla y salir de dudas. En un silencio sepulcral y casi como si de una película de miedo se tratara, mi padre cogió un cuchillo y procedió a quitarle el precinto a la caja. Recuerdo cómo mi corazón se aceleraba con cada rasguño que el metal producía en el mismo y cómo mis ojos se agrandaban esperando que un montón de confeti saliera disparado de la misma en cuanto el precinto cediera. No ocurrió nada de eso y tampoco explotó una bomba ni salió ningún animal dando un salto ni, incluso, el covid, tan presente en aquellos años, salió de la caja. No hizo nada extraño, había que abrirla del todo para comprobar si, verdaderamente, tenía algo en su interior.
Mi madre, atemorizada, sujetó el brazo de mi padre cuando este se disponía a abrirla del todo, pero nadie le hizo caso, al contrario, todos queríamos saber qué había.
Hoy, tantos años después, no sé si alegrarme o entristecerme por aquella osadía, mi madre, como siempre, tenía razón: no sabíamos nada del remitente de esa caja y, sin embargo, no esperábamos nada malo de la misma, ¿por qué debería ser algo malo? La alegría de la Navidad nos embargaba, no veíamos nada malo en ella y solo queríamos saber, descubrir, salir de dudas y luego, con total probabilidad, nos reiríamos de aquello y nos serviría para contarlo a los amigos en el colegio.
Nada más lejos de la realidad.
Con muchísima precaución, tal como mi madre le pedía, mi padre fue abriendo la caja poco a poco, apartando a los niños que queríamos asomarnos a la misma antes incluso que él. Una pestaña, otra, y, por último, las otras dos y, con ellas en las manos, se asomó al interior de esa caja misteriosa que había aparecido en nuestra puerta a las doce en punto de la noche, en plenas campanadas. Primero, sus ojos reflejaron expectación, después duda, miedo, pánico y, por último, la cerró con rapidez y se alejó de la misma llorando.
―No dejéis que los niños se acerquen a ella, será mejor que nos la llevemos de aquí, comentaba entre lágrimas, mientras el resto de mayores le preguntaban por lo que había en el interior.
Se la llevaron a la cocina y allí nos quedamos los pequeños, en el salón, con el abuelo que no podía moverse bien, esperando, perplejos, confundidos, con ganas de saber qué ocurría. Oímos voces, más lágrimas, llantos desesperados, algún grito, mientras todos nos íbamos acercando al abuelo buscando su refugio.
Esa noche, tras una hora de incertidumbre, nadie volvió a mencionar esa extraña caja y su contenido, pero ya nada ni nadie volvió a ser el mismo. Poco después de eso mis padres se separaron, mis abuelos murieron, mis tíos se fueron del país y no volví a ver a mis primos. Todos cambiaron, todo cambió y la culpable fue la caja, como me enteré hace justo unos días.
No sabemos quién mandó esa caja ni con qué intención, pero todos los interrogantes que quedaron en el aire el uno de enero del 2023 se disiparon el otro día cuando, misteriosamente de nuevo, la encontré, escondida en el trastero de casa de mis padres. Seguro que nadie de mi familia se había vuelto a acordar de ella, pero yo sí, la recordaba cada día y cada noche, en mis pesadillas, desde aquel día y, por fin, pude asomarme a su interior. Y así lo hice, con decisión, como mi padre aquella noche, sin oír a nadie y entonces lo comprendí, rememoré todos los acontecimientos que se produjeron en mi familia a partir de ese día, los cambios, algunos buenos, otros no tanto que llegaron y lloré, igual que mi padre había llorado esa noche, igual que hicieron todos los demás… Esa caja contenía nuestros miedos, los miedos y temores de los que nos asomábamos a ella, incautos, expectantes, esperando encontrar algo bueno. Por un lado, conseguíamos mirar al miedo a los ojos, le poníamos nombre, situación, problema, etc., nos enfrentábamos a él y, por tanto, lo vencíamos, pero, por otro lado, aparecía nuestra peor versión y eso nos atormentaba, nos robaba la energía, nos hacía flaquear y, a veces, rendirnos. Todos los que esa noche observaron sus miedos, cambiaron, para bien o para mal, y yo, hace unos días, cuando me enfrenté a ella, también, por eso hoy estoy escribiendo esto. Por eso, a partir de hoy, no volveré a tener ningún miedo, ni siquiera a esa caja misteriosa que se coló en nuestras vidas para ponerla del revés. Por eso hoy el miedo, mis miedos, mis temores, no pueden hacerme ningún daño porque esa caja me enfrentó a ellos, porque esa caja me hizo darme cuenta de lo que lo valía, porque esa caja me ayudó a vivir...
Buenos días, Merche.
ResponderEliminarPrimero de todo, Bienvenida al VadeReto y muchísimas gracias por tu participación.
¡Menuda carta de presentación! ¡Qué relatazo!
Has creado un maravilloso thriller a partir de una sencilla cena de Nochevieja. Familiar, tradicional, normal y corriente hasta que la caja interviene. A partir de ahí, has controlado magníficamente el tiempo de la narración, metiéndonos la tensión en el cuerpo, llevándonos hasta un final deseado y temido. Y el desenlace, engrandece todavía más el cuento. La caja contiene lo que más nos afecta, nos coarta y nos condiciona en la vida.
Muy bueno el mensaje, porque para unos afrontar los miedos, los destruye; para otros, como el protagonista, lo ayuda a vivir.
¡Genial! Me encantó.
Una forma espléndida de resolver el reto. ¡Enhorabuena!
Es un placer tenerte entre la familia acervolense.
Un Abrazo.
Muchísimas gracias José Antonio, desde que leí tu propuesta el miedo saltó a mi cabeza y luego solo quedó unirlo todo, a veces las palabras te acompañan y queda bien, todo perfecto. Me alegra que te haya gustado, intentaré seguir participando si, como siempre digo, el tiempo me lo permite. Un abrazo. :)
EliminarGenial relato Merche.
ResponderEliminarHasta que no dijiste lonque contenía la caja, no tenía ni idea. Muy bien contado y ejecutado 👏👏👏
Muchas gracias, me alegra que te haya gustado. Sí, intenté mantener la intriga hasta el final, había que hacerlo, jeje, la ocasión lo merecía y la caja también. Un abrazo. :)
EliminarHola Merche, muy buen relato, logras enganchar desde el inicio. Mientras lo leía pensaba en la caja de pandora que desata todos los males del mundo. Al final fue un poco así pero me gusta que terminas con una nota de esperanza. Enhorabuena y bienvenida al reto de José. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias Ana, sí, es parecido a la caja de Pandora, aunque la verdad es que no pensé en ella cuando se me ocurrió. Ya vi que tú también participas en ese reto, está muy bien. Un abrazo. :)
EliminarQué buen relato, Merche! Una vez leí en que el miedo es algo que vive dentro de uno mismo, como que es la parte de uno que no puede controlar. La verdad es que lo planteas de una manera muy original, esa caja, donde están los miedos que nacen en cada uno, que hay que afrontar y seguir adelante.
ResponderEliminarMuy bueno, me encantó.
Un abrazo!
Me alegra que te haya gustado y que me hayas dejado el comentario, muchísimas gracias, pásate por aquí cuando quieras, estás en tu casa. Un abrazo. :)
EliminarHola Merche, muy buena historia, enfrentarnos a nuestros miedos debería ser casi una obligación para poder vivir mejor. Das aliento y esperanza. Te aplaudo. Abrazos
ResponderEliminarHola Nuria, muchas gracias por tu comentario. ¡Nos leemos! Un abrazo. :)
EliminarMe encanta que el relato ocurre en el futuro, obviamente la caja iba a cambiarles el destino, o quizas no.... quizas sin la caja poco a poco tambien irian viviendo la vida.
ResponderEliminarVernos en esa caja tal vez si sea una manera de "entender" el proceso de vivir, aunque no sea del todo agradable.
vaya, nos haz regalado un relato que llama a reflexionar..... y a mi me ha encantado
Hola Jose, muchísimas gracias, yo creo que su vida hubiese sido diferente, pero como la caja apareció en escena, pues nunca lo sabremos. Gracias por tus palabras. Un abrazo. :)
EliminarPues tengo que decir que la caja no lo sé, pero el relato da mucho miedo, intrigada, expectante y sin aliento hasta el final! Genial! Un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya gustado. Un abrazo. :)
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