El sueño
—¡Así, no! ¡Debes darle más énfasis, te tienes que creer tus palabras, tu cara debe reflejar lo que estás expresando!
Elena hizo una mueca, no se podía creer lo que le estaba diciendo, ese párrafo no tenía nada que ver con el argumento de la obra, solamente estaba incluido para hacer publicidad de la marca que iba a costear la representación.
—¡Venga, vamos a parar media hora para tomar algo!
El director sí había visto su mueca, pero no dijo nada, fue prudente, él también comprendía que ese párrafo no entonaba con la obra, él más que nadie lo sabía, era el autor de la misma, por tanto, entendía la incapacidad de Elena para representar lo que se le pedía, comprendió también el gesto que hizo la actriz a sus palabras, pero… ¿qué podía hacer él? Por fin, su sueño de representar la obra en un teatro grande, en una ciudad grande, con un público diferente a sus familiares y amigos, se hacía realidad. Sin embargo, no estaba todo lo feliz que hubiera pensado en un primer momento, la obra la iba a financiar una marca conocida de ropa, las instituciones no podían costear toda su producción (por desgracia la cultura siempre quedaba relegada a un segundo plano y el dinero nunca era suficiente) y, en una obra ambientada en el siglo XVII, era difícil encajar algún tipo de texto que tuviera que ver con algo del siglo XXI y más teniendo en cuenta lo que se le pedía… Definitivamente, no todo era como le hubiera gustado que fuera. Pero si quería que su sueño se hiciera realidad, tendría que claudicar con lo que se le exigía. Cuando los directores de la marca le propusieron ese párrafo, se negó, en rotundo, primeramente no se lo tomaron mal y le ofrecieron una alternativa: que los actores salieran vestidos con ropa propia de la marca, emblemática para ellos… Soltó una carcajada, no se imaginaba a su Isolda vestida con una minifalda vaquera y una camiseta de tirantes en color amarillo chillón. Por lo que dijeron: “elige”. No le quedó otra.
—Fernando, perdona que te moleste, ¿podemos hablar un segundo? —Elena sorprendió a Fernando con sus cavilaciones, no se había dado cuenta de que la puerta de su camerino estaba abierta.
—Elena, sí, pasa por favor, yo quería también hablar contigo… Siéntate… Lo primero de todo disculparme, quizá me he puesto demasiado brusco…
—No pasa nada, Fernando, te comprendo —le interrumpió Elena—, a ti tampoco se te nota muy entusiasmado con ese párrafo y precisamente de esto quería hablarte.
—Sí, es cierto, ¿se me nota, verdad? No puedo disimularlo y por eso me he puesto así, he pagado contigo mi frustración al respecto y eso no es justo tampoco…
—Te repito que te comprendo perfectamente y quiero proponerte algo a ver qué te parece.
—Pues me quitarías un peso de encima si esto lo podemos solucionar de alguna manera, no puedo quedar mal con la marca.
—Es que ellos deberían comprender que decir algo así en una obra ambientada en el siglo XVII no pega ni con cola, si me permites la expresión, y no es justo que quieran introducirlo en el diálogo de los personajes como si fuera la cosa más normal del mundo, dañando, porque eso es lo que hacen, tu texto personal que eres el autor y creador de la obra, y la imagen que el espectador extraiga de la misma… La publicidad es buena, nos permite estar al tanto en esta sociedad en la que vivimos, pero hay que saber cómo, dónde y de qué manera realizarla.
—Ellos miran sus intereses, Elena, no piensan nada más y si ponen el dinero, pues esperan algo a cambio.
—Ya… Entiendo todas las posiciones, por eso he pensado en una solución alternativa: en una de las escenas, mi personaje está en el río lavando ropa, ¿verdad? Y es la ropa interior típica de la época, lo que va a producir la risa fácil en el público, bueno, pues cambiemos esta por la de la marca, dejando que se vea bien el emblema de la firma… ¿Qué te parece?
—Déjame pensar… Producirá el mismo efecto en el público, esa escena es para enganchar de nuevo a los posibles espectadores que se hayan desconcentrado de la misma, de ahí la ropa interior, pero si ponemos prendas conocidos por todos ellos, conseguiremos atraer su atención, les parecerá algo cómico por el tiempo que transmite la obra y, al mismo tiempo, quedamos bien con los patrocinadores… Creo que puede resultar. De todas formas, lo consultaré con ellos. Gracias Elena, creo que es una buena propuesta.
Fernando contó la escena a la empresa que lo iba a financiar y, sin dudarlo, accedieron, con una última condición, las prendas las elegirían ellos e incluiría, obligatoriamente, un pequeño “top” de lentejuelas y flecos que se estaba convirtiendo en el producto estrella de la temporada.
En los ensayos posteriores, los patrocinadores ponían y quitaban prendas de la cesta de Isolda, valoraban el impacto que unas u otras podían tener, si se veían bien, etc. Los actores y el autor y director de la obra reían, no les quedaba otra solución, porque en caso contrario, llorarían de dolor al contemplar en lo que se estaba convirtiendo la cultura. Fernando pensaba en las críticas posteriores en los periódicos, lo que dirían de su obra los más famosos críticos teatrales, probablemente sería el hazmerreír de todos. Algunas veces pensaba, incluso, en no representarla, en dejarla en un cajón olvidada y dedicarse a escribir esquelas y anuncios varios en el periódico de su pueblo (que era a lo que se dedicaba). En definitiva, dejar su sueño a un lado, “¿cuántos más habrían hecho lo mismo? Seguro que muchos y, probablemente, no sería el último al que la vida le quitaba sus sueños”, pensaba una y otra vez. Él era un amante de los clásicos, le gustaba escribir teatro inspirándose en las comedias de Lope de Vega, Shakespeare, Calderón de la Barca… Si ellos asistieran a esa representación, se volverían a morir, estaba claro. Pero, había algo que le animaba a seguir, ya vendrían las críticas después y aceptaría lo que le dijeran, algo que siempre se repetía una y otra vez, que había leído mil veces y que cada mañana, cuando se levantaba, leía en un corcho con fragmentos de obras, poemas y demás que tenía en su habitación: “no te rindas, por favor no cedas […] aún hay vida en tus sueños”, poema del genial poeta Mario Benedetti… Y así haría, no se rendiría, lucharía por sus sueños aunque tuviera que enfrentarse a los contratiempos más irrelevantes, más provocadores, más tortuosos, lucharía por cumplir sus sueños, todos los que tenía y nadie le quitaría nunca la ilusión que tenía puesta en cada uno de ellos, porque en eso consiste la vida: en cumplir nuestros sueños y ser felices.
Seis meses después la obra fue representada, con un público entregado que rebosó el teatro. Fue un éxito tanto del texto, como de los actores, pasando por el director… Al día siguiente, la prensa no solo la elogiaba, sino que los principales periódicos plasmaban la imagen en la que Isolda en el figurado río del escenario, lavaba ropa y realizaba el mejor soliloquio del teatro que actualmente se representaba, sobre el amor y sus desventuras. Los críticos teatrales plagaron sus reseñas con miles de piropos a la calidad de la obra y, para sorpresa del autor y director, de cómo se había arriesgado con la puesta en escena y la introducción de elementos contemporáneos para jugar, precisamente, con la comicidad del público y con los requisitos que, seguramente, los patrocinadores le exigían. Fernando leía estas frases una y otra vez, no se lo acababa de creer, no solo había cumplido su sueño, sino que había materializado a la vez, otro de sus sueños: el éxito de una de sus obras en público y críticas. Llorando, cogió una de esas críticas, una rosa de las muchas que tenía en su camerino y se marchó del teatro donde, con los actores, al día siguiente de la representación, habían celebrado su éxito. Llegó justo cuando iban a cerrar el cementerio, pero pudo acercarse a la tumba de su madre y depositar sobre la misma la crítica y la rosa.
—¡Mira, mamá, mi sueño, mi gran sueño, se ha hecho realidad! Tú siempre me decías que no desistiera, que no tirara la toalla, que un día lo lograría, creíste en mí antes que nadie, solo como una madre sabe hacerlo, y, afortunadamente, te hice caso. Gracias.
Mercedes Soriano Trapero
Foto: Corral de Comedias de Almagro (Ciudad Real)
Colección Personal
Muy conmovedor, aleccionador. ¡Nunca dejes tus sueños! Uno no se imagina todo lo que hay o lo que puede haber detrás de un emprendimiento de la índole que sea.
ResponderEliminarUn gran abrazo, Merche!
Así es Maty. Gracias por leer y comentar. Un abrazo. :)
EliminarLa noche fría evanesció con el calor de estas bellas líneas.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras. Un abrazo. :)
EliminarSiempre hay que intentar alcanzar los sueños y no quedarse con la duda de la inacción. Pero si nunca llegan a realizarse y el tiempo pasa, tampoco conviene desgastar la vida en ello.:)
ResponderEliminarCierto. Muchas gracias por pasarte. Un abrazo. :)
EliminarNunca debemos tirar la toalla y siempre deberíamos luchar por nuestros sueños. Gran relato. ¡Un abrazo gigante!
ResponderEliminarSiempre, así es. Muchas gracias por pasarte. Un abrazo. :)
Eliminar"No te des por vencido, ni aún perdido...", perseverar, y tener confianza y fe en uno mismo, muy bueno y muy tierno relato, abrazo grande
ResponderEliminar¡Gran consejo! Muchas gracias por él y por tu comentario. Un abrazo. :)
EliminarQué claro lo dejas, Merche: perseguir tus sueños y ser constante. Seguir adelante buscando soluciones y acuerdos para ir adaptándolos a las situaciones por las que pasamos y que forman parte de la realidad es una constante.
ResponderEliminarGran relato, Merche, de los que no te dejan levantar la mirada.
Un fuerte abrazo :-)
Qué halago para una escritora novata: de los que no te dejan levantar la mirada... Sin palabras, Miguel, muchísimas gracias. Un fuerte abrazo. :)
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