14 junio 2022

Hacer reír.

 



Quiero hacer reír”, repetía una y otra vez Alberto cuando le preguntaban qué quería ser de mayor. “¿Y por qué?”, le contestaban sus interlocutores; “porque mi profesor dice que no debemos pasar un día sin haber reído”.

Entonces tenía ocho años, no sabía qué pasaría con su vida en un futuro, sus padres no tomaban en serio sus respuestas, tampoco sabían exactamente dónde debía estudiar la “carrera de hacer reír”, como él decía una y otra vez. “No le hagas caso, ya se le pasará”, decía su padre, “no, José, el niño me tiene preocupada”, decía su madre. Y, mientras, el niño repitiendo lo mismo día tras día.

El único que lo animaba era su abuelo: “sí, hijo mío, tienes que hacer lo que más te guste y si el maestro te dice que reír es bueno, pues tú hazle caso, siempre hay que hacer caso a los maestros”. Y Alberto sacaba pecho, orgulloso de su abuelo y de su maestro. Pero a su madre no le terminaba de gustar el asunto, quería que fuese un hombre de provecho, con su carrera, su trabajo honrado y bien pagado, y lo decía como si los que hacen reír no fueran hombres o mujeres de provecho, con carrera, con trabajo honrado y bien pagado (bueno, esto último habría que discutirlo).

El niño erre que erre con su propósito y la madre erre que erre con su propia teoría, así que, terminó el colegio, la secundaria e hizo la carrera de abogado, “que esos ganan mucho dinero”, como repetía su madre. Esta, orgullosa en la graduación de su hijo, narraba el evento a sus vecinas: “mi Alberto es muy buen muchacho, ya lo sabéis, y muy estudioso. Ahora se colocará en un buen despacho y ganará todos los juicios a los que vaya”. Alberto la oía desde el piso de arriba, sí, probablemente sería un buen abogado, tenía don de palabra y eso era muy importante en esa profesión, pero no era feliz. No había vuelto a reír “a carcajada suelta” (como decían su abuelo y su maestro), desde el colegio. Tampoco veía a su familia feliz, solo aparentaban de cara a la sociedad. El abuelo ya los había dejado hace tiempo, pero tampoco lo vio feliz en su vida; sin embargo, su maestro sí fue feliz. Indagó por la comarca y consiguió localizarlo en una residencia de ancianos en el pueblo de al lado, decidió hacerle una visita.

—¡Alberto! ¡Qué alegría me da verte! Claro que me acuerdo de ti, eres mayor, pero la cara de niño que tenías la sigues manteniendo. Cuéntame, ¿qué es de tu vida? ¿Qué haces? ¿Dónde trabajas?

Alberto le resumió su vida en pocas palabras, no tenía mucho qué decir, se había limitado a hacer lo que otros querían que hiciese y ahora, recién licenciado, se daba cuenta del tiempo que había perdido.

—Siempre nos decía que lo importante era no pasar un día sin reír...

—Puedes ser abogado, médico, profesor…, lo que quieras ser, pero debes ser feliz con aquello que hayas elegido y, después, transmitir esa alegría a la gente, esa felicidad. Tu sonrisa será el reflejo que muchos querrán ver y hacer como suyo. Por eso os decía entonces, que lo más importante en la vida es no pasar un día sin reírse, esa línea curva dibujando la cara produce más bienestar que cualquier cosa en este mundo. Es un sencillo gesto que si todos nos lo aplicáramos, probablemente viviríamos más y mejor.

—Yo quiero hacer reír a la gente, pero no quiero desilusionar a mi madre.

—Tu madre estará orgullosa de ti siempre, hagas lo que hagas, vive para ti, pero no te olvides de ella que es la mujer que te dio la vida.

Los días siguientes, Alberto los pasó escribiendo, sus padres no sabían qué hacía exactamente y tampoco le preguntaron. Hizo una entrevista en un despacho de abogados y lo contrataron inmediatamente, tenía las mejores notas de su promoción, no lo podían dejar escapar. Al mismo tiempo, habló con un amigo suyo que tenía un pequeño bar para ver si podía representar los monólogos que estaba escribiendo. Su amigo aceptó encantado.

En un año era más conocido como humorista que como abogado. Su madre, orgullosa, sentada en el patio de butacas del teatro en el que actuaba su hijo, le decía a la compañera de asiento: “desde pequeño ha querido hacer reír, es el mejor”.

Alberto oía las carcajadas de la gente con una felicidad radiante en su rostro, su corazón henchido de satisfacción y lo tuvo claro: dejaría la abogacía y dedicaría su vida a viajar por el mundo transmitiendo alegría. Y, sobre todo, lo que más le inspiraba era que veía a su familia feliz, ahora sí, y no era porque fuese abogado o humorista, sino porque él también era feliz. A veces hay que guiarse por lo que nos dice nuestro propio corazón, dejar los convencionalismos sociales, olvidarnos del qué dirán y vivir por y para nosotros, sin hacer daño a nadie por supuesto, y deseando nuestra propia felicidad, tanto o más que la de nuestros congéneres. Así se lo habían enseñado su abuelo y su maestro, personas mayores en edad y, sobre todo, en experiencia, a las que hay que hacer caso pues siempre llevan razón.

Desde aquel instante, en todo el mundo, fue conocido como Alberto, el maestro de la risa.


Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay

22 comentarios:

  1. Me gustó, un gran relato con una gran enseñanza. Enhorabuena

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  2. Maravilloso relato, Merche. Eres una artista hilvanando palabras.

    Un fuerte abrazo.

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  3. Me encantan los relatos que están llenos de mensaje y sabiduría de vida. Gracias por compartir y felicidades por el relato.
    ¡Un abrazo gigante!

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  4. Ay, qué delicia de relato, Merche!
    Lo he disfrutado a tope
    Un abrazo.

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  5. Afortunados aquellos que gustan de su trabajo, porque no tienen que trabajar nunca. :)

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  6. ¡Me ha encantado Merche! Es verdad lo que dice Cabrónidas: "no tendrán que trabajar nunca". Es que a la palabra "trabajo" se le ha dado una connotación fatídica. Pero bueno, lo importante es VIVIR, y vivir feliz. La vida es una y no se puede desperdiciar atados a convencionalismos o cualquier otro factor.
    Merche, sentimos igualito en tantas cosas! Un abrazo bien grande.

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    1. jeje, seremos hermanas en la distancia Maty... Gracias por tus palabras. Un abrazo. :)

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  7. Nunca hay que olvidar que no vivimos para los demás.
    Me ha encantado. saludos.

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  8. Preciosa historia. Qué importante es hacer lo que te gusta o lo que es mejor, lo que te hace feliz. Porque de eso se trata de ser feliz. Un abrazo, Merche.

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  9. ¡Qué bien me ha caído Alberto, el maestro de la risa!!
    Creo que eligió muy bien.
    Abrazo muy grande, Merche

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  10. Sencillamente hermoso y muy ejemplificante, gracias Merche, es un gusto leerte, abrazo

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  11. Siguió su camino, Merche.
    Me dejas con la misma sonrisa que Alberto y quienes lo escuchan.
    Un fuerte abrazo :-)

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    1. Me alegra que te haya hecho sonreír. Gracias Miguel. Un abrazo. :)

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