Ayer me encontré con un poeta,
uno de esos de verdad,
de los que respiran sentimientos
y llevan las metáforas como sombrero…
¡Sí, ese!
Justo en el que estás pensando.
Me miró de arriba abajo,
me sonrió y me dijo:
pliega las palabras, muchacha,
que se te escapa el poema…
No entendí lo que me dijo, claro,
pero no podía hacer un feo
a tan grande personaje.
Así que, con la mejor de mis sonrisas,
y la peor de mis frases respondí:
estoy aprendiendo, Don…
Y ya. Él siguió sus pasos.
Yo seguí los míos.
Y hoy, después de madurar las palabras,
no sé si las suyas o las mías,
pienso que aquel que se tacha de sabio
por muy poco humilde se tiene,
pues nunca el saber se alcanza,
ni nunca de aprender se termina.
Y aunque creo que con mala intención
no fue su pronóstico,
a mí me dejó en letras, frías si cabe.
Supongo que no sería su propósito,
pero quien ha vivido vida y media,
le da igual lo que interpretes,
y le da igual lo que sientas,
aunque no debería ser,
pues nunca humanos dejamos de ser.
Seguiré plegando mis palabras,
al modo que yo sé,
seguiré aprendiendo más, si cabe,
y las juntaré en poemas,
en cuentos o en novelas,
da igual,
pues lo importante siempre será,
que yo feliz seré
mientras de palabras disfrutar podré...
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