Si durmiendo te sueño,
amada me siento.
Si despertando te veo,
mimada me siento.
Pues el destino ha querido
que un sueño feliz sea el sueño
y un día feliz sea el día.
Dejemos a la noche que solo nos arrope
con un manto de luceros amarillos
y una luna de amantes rojos.
Dejemos que la penumbra nos acaricie
y nos acompañe en un sonoro
jardín de besos
tantos como flores tenga el mismo,
tantos como la vida siembre en nuestras vidas.
Y, después, cuando ya no quede
más que lagunas en nuestra mente,
escarcha en nuestros besos
y silencio en nuestros sueños,
desgranaremos el tesoro
que esconde nuestra alma,
tan eterno
que ni siquiera el viento
se atreverá a volarlo;
tan infinito
que ni siquiera el tiempo
osará romperlo;
tan bonito que ninguno sabremos
si de sueños se trata
o solo de realidades,
si fue verdad
o solo una mentira.

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