Inauguramos sección en el blog: monólogos: pequeños textos (o no) con ciertos toques reales (o no) y mucho humor (o no, según tenga el día).
¿No os ha pasado alguna vez que parece que vivierais en un estado de adelanto continuo de tiempo? Sí, al estilo del adelanto de hora (que, por cierto, sufrimos este fin de semana, por lo menos en España). A ver, me explico:
Resulta que un día estás en el supermercado y se te ocurre comprar algo, algo que no sueles comprar a menudo, pero que ese día, desde la estantería, el producto en cuestión te está llamando a voces:
―¡Llevame (con acento argentino, de ahí que no ponga tilde) a casa! ―Sí, para los que tenemos cierta edad como aquel anuncio de Rodolfo langostino, ¿era Rodolfo? Ya, claro, he dicho para los que tenemos cierta edad, se puede comprobar perfectamente mi falta de memoria.
Pues eso, el producto en cuestión te llama y entonces recuerdas, ―a veces mi memoria funciona, otro signo del paso de los años―, esa receta que has visto en una red social que tenía una pinta estupenda y que quisiste hacer pero no tenías el producto en cuestión. Sí, ese que te está llamando a voces… De repente, las papilas gustativas se activan, recuerdas la receta, coges el producto, piensas que en cuanto llegues a casa lo haces y…
Pasan tres años.
Lo que digo, no sé en qué momento, ―con lo bonito que parecía todo en el supermercado―, llegaste a casa, guardaste el producto; como estabas cansada no hiciste la receta y de pronto han pasado tres años y vuelves a encontrar el producto, en tu despensa, escondido detrás de los botes de conservas que, como su nombre indica, se conservan tan bien que se adueñan de cualquier armario y no dejan ver lo que hay detrás de ellos… Y tu memoria, ―la memoria a largo plazo que funciona mejor que la de corto plazo―, te recuerda la receta, te recuerda que lo compraste, pero piensas: ¡ah, sí, esto lo compré el otro día para hacerlo con esa receta tan maravillosa que vi!… ¡¿El otro día?! ¡¿El otro día?! ¡Han pasado tres años! Y el producto está caducado, más que caducado, lo abres y aparece el polvo del Sahara o una momia, dependiendo del producto. Y piensas: pero si esto lo compré el otro día, ¿ya han pasado tres años? ¡No puede ser! No recuerdo que hayan pasado tres años. ¿Qué he hecho en estos tres años? ¿Por qué no he vuelto a recordar este producto? ¿Y la receta? ¿Qué era lo que iba a hacer con él?
En serio, ¿no os ha pasado?
O ese yogur caducado que compraste el mes pasado y lleva en la nevera un año…
A ver, en serio, a mí o me adelantan el tiempo o los productos se cambian la fecha de caducidad al llegar a mi casa:
―Esta no me va a comer, eso te lo aseguro, ahora mismo me pongo que estoy caducado… ―Se dicen unos a otros mientras dormimos.
―Je, je… Tú sí que sabes, pulpo a la gallega… Ponme a mí también caducada, a ver si me tira y vuelvo al mar… ―Comentan las almejas chilenas.
Ahora pensaréis que lo de la caducidad es un eufemismo y tal, que no pasa nada por comerse algo con la fecha pasada… Si al abrirlo te encuentras el yogur con los lactobacillus pegádonse con otras sustancias no apetecibles flotando te aseguro que no te lo comes. Pero es que yo lo compré el mes pasado, en serio, fue el mes pasado.
Bueno, pues así con todo.
Entro a la habitación, dejo un jersey en una silla, de repente esa silla cobra vida propia y atrae la ropa mía, de mi marido y de toda la vecindad y cuando me doy cuenta ¡¡el jersey se me ha quedado pequeño!! Pero si lo puse el otro día ahí, pienso, es imposible que de ayer a hoy haya engordado tanto… ¡No puede ser! Si no como porque tengo todo caducado, ¿cómo es posible? Eso es la lavadora que me encoge la ropa… (De esta ya hablaremos otro día).
Y del color de las paredes, ¿qué me decís? Que pasan del blanco al blanco roto en un mes…, sí, sí, en un mes… Pintamos el mes pasado y mira cómo está todo, ―le comento a mi marido―. Y me dice que han pasado dos años desde que pintamos toda la casa. ¡¿Dos años?! ¿Y qué he hecho yo en estos dos años? ¿Dormir? Porque mi casa antes era blanca, y ahora tiene un color entre el blanco, el blanco roto ―claro, se ha roto―, y lo que es peor, el sepia, como las fotos antiguas… ¡Ay, madre! ¡Me han abducido los extraterrestres y no me he enterado!
Así con todo, ¡¡me adelantan la hora!! ¡¡Siempre!!
En fin, tendré que poner post-it que me recuerden que esto lo he comprado hoy y hay que hacerlo ya. También intentaré reducir a las conservas, sí, reducirlas literalmente, para que no se adueñen de la despensa. Empezaré por esa lata de mejillones que lleva ahí desde el siglo pasado, con deciros que son parientes lejanos de Rodolfo, les haré una llave de karate a ver si consigo exterminarlos…
Y vosotros, cuidado con el cambio de hora y el adelanto de tiempo que, sin darte cuenta, pasan cinco años. Ya veréis, ya, dentro de poco leeré este texto y será 2030.