Hoy, 22 de marzo se celebra el día mundial del agua para recordar la importancia de este bien escaso que todos debemos cuidar y preservar. Este cuento lo presenté en su momento a un concurso de cuentos sobre la temática del agua, no ganó el certamen, aunque me ofrecieron la oportunidad de publicarlo, no lo hice por diferentes motivos y hoy he decidido publicarlo aquí para conmemorar este día.
La isla sagrada del agua
Esa semana, en el colegio, la habían dedicado a hacer diferentes actividades, era, como la llamaban los profesores, la semana cultural. Habían jugado, desayunado de manera saludable, ayudado a alguna ONG, recibido charlas sobre la importancia del agua y visionado de un documental sobre Magallanes. A Víctor le encantaban esas actividades, se salían de la lección diaria, aunque era muy responsable y estudioso. Ese curso había sido especial, dos de ellas le habían entusiasmado: la charla sobre el agua, la contaminación de la misma, los escasos recursos hidrológicos de algunos países y la importancia de no malgastarla porque era un bien más preciado que el oro; y el documental sobre Magallanes y sus viajes alrededor del mundo surcando los mares. Él se imaginaba que era uno de los capitanes de alguno de aquellos barcos y navegaba por todos los océanos del planeta en busca de un gran tesoro: el agua.
—¡Tierra a la vista! ¡Mi capitán, tierra a la vista! —Gritó el marinero desde lo alto del mástil.
—¡Todos a sus posiciones, atracaremos en esa isla para explorar el territorio! ¡A toda vela! —Ordenó el capitán Víctor a su tripulación.
Los marineros se afanaban cada uno en sus tareas, el capitán miraba por su catalejo la isla a la que se aproximaban, parecía desierta, no veía ningún tipo de vida humana y tampoco se apreciaba, a simple vista, vida animal. No era de grandes dimensiones, pero tenía abundante vegetación, eso era una buena señal, ya que esas plantas necesitaban agua dulce para subsistir y crecer, por lo tanto debería tener algún tipo de manantial, río o similar que surtiera del rico elemento a toda esa flora. También parecía que había, en aquellos frondosos árboles, posibles frutos, que debían investigar y ver si eran comestibles para su propio consumo.
Cuando el sol se encontraba en todo lo alto, el barco dejó de navegar para no encallar en la arena y un pequeño bote, con nueve marineros y el capitán Víctor, salió de las profundidades de la nave con dirección a la isla. El propio capitán, aún a sabiendas de poner en grave riesgo su vida, quiso unirse a esa expedición pues era de suma importancia para todos encontrar agua. Las provisiones del líquido elemento comenzaban a escasear, recogían toda la que podían de las lluvias que les habían sorprendido en el camino, pero no era suficiente. Además, el mundo entero agonizaba muerto de sed y alguien debía salvar a todos de una muerte certera. Por tanto, era necesario arriesgarse y buscar si en aquella isla se encontraba la salvación de toda la humanidad.
El primero en bajarse del bote fue el capitán y, con él a la cabeza, dejaron la cálida arena de la playa y se internaron en el bosque que se abría ante ellos con un pequeño sendero. No se oía nada, no había pájaros en los árboles, ni insectos, ni siquiera moscas o mosquitos, nada, únicamente sus pies rompiendo hojas secas y ramas que interrumpían el silencio de aquella selva encantada. Primero les pareció algo mágico y sorprendente ese silencio, esa tranquilidad, pero después de una hora andando, el silencio los envolvía y la incertidumbre y el miedo se apoderaban de su alma. El capitán decidió parar a descansar, así, tal como estaban, en hilera, en medio del camino. Se sentaron en el suelo, sobre las miles de hojas secas que allí reposaban y que no habían sido tocadas, probablemente, en siglos.
Víctor tenía un presentimiento, aquella isla era especial, algo mágico había en ella, pero con nueve humanos más acompañándole no lo descubriría, así que, les dijo a su tripulación que lo esperaran ahí, que si algo ocurría llevaba su silbato para poder avisarles y que seguiría solo hasta descubrir lo que estaban buscando, si no había nada, pues volvería con las manos en los bolsillos, triste y desolado.
Siguió andando por el sendero y de repente creyó percibir un ligero rumor. “Tengo tantas ganas de encontrar agua, que ya la oigo correr por un pequeño riachuelo…, no puede ser, la hubiéramos oído antes todos”, pensaba. Pero el sonido no cesaba, no se hacía más grande como cabía esperar si se iba acercando a algún río, era un sonido ligero de agua correr, tranquilo. Tampoco sabía de dónde venía, si de su derecha, de su izquierda…, los árboles y la vegetación no le dejaban ver mucho más allá en ningún sentido, solo el sendero estrecho se adivinaba cuando miraba hacia delante.
Cansado de andar, desconcertado por ese ruido, se paró y se sentó; observaría el entorno, intentaría comprender qué estaba pasando, no debía perder la cabeza y mucho menos flaquear en su búsqueda. El breve rumor del agua corriendo cerca suyo seguía, miró al suelo, empezó a palparlo, estaba seco, metió sus manos entre las ramas de un pequeño arbusto, las hundió en la tierra y sí, ahí sí había agua, las raíces estaban mojadas, pero fuera todo estaba seco, únicamente la humedad de las plantas se podía percibir y eso no era lo que producía ese rumor. Se tumbó en el suelo, bocabajo y entonces lo vio, abrió los ojos, absorto, incrédulo, entusiasmado, miles de gotas de agua también lo observaban a él, eran seres minúsculos en los que de manera casi microscópica se apreciaban sus ojos y cuatro extremidades que salían de un cuerpo con forma de gota, redondo en su base y puntiagudo en su cabeza. Se movían a su alrededor haciendo cabriolas, a veces se chocaban entre ellas y entonces se juntaban en una sola; las tenía casi pegadas a su cara para poderlas ver y de no haberse tumbado, nunca las hubiera visto. Ahora comprendía que siempre habían estado con él, a su lado, de ahí que notara la humedad en el suelo cuando lo tocó pero no sensación de mojado, ya que ellas iban y venían, de ahí también el rumor constante de agua que oía. Divertido, veía su movimiento oscilante, cómo le curioseaban, a su vez, a él; intentó tocarlas pero cuando iba a hacerlo se apartaban, no querían que las tocara. Tampoco sabía si podía comunicarse con ellas de alguna manera, si lo oían, si lo entendían. Decidió hablarles, no tenía nada que perder y sí, quizá, mucho que ganar.
—¡Hola! Me llamo Víctor, vengo desde España, desde una ciudad llamada Sevilla. Mi población y casi todo el mundo empezamos a morir por no tener agua. Sé que los humanos no hemos sido responsables con su uso y, más bien, hemos abusado de ella, nos decían constantemente que llegaría el día en que se acabaría, pero no nos lo creíamos y, aunque lo intentamos, no pusimos remedio a tiempo. Por eso he venido, buscando agua, os agradecería que me ayudarais.
Y siguió hablando, esperando ver alguna reacción en ellas, algo que le pudiera indicar que le entendían y que le ayudarían, pero allí seguían, brincando a su lado, ajenas, a simple vista, a su problema y seguras en aquel refugio que era su isla donde nunca ningún humano había llegado.
De repente, notó que su bolsillo derecho se llenaba de agua, la ropa se empapó y sintió la frialdad del líquido elemento en su piel. Parecía que aquellos minúsculos seres estaban jugando con él, lo estaban probando, en cuestión de minutos ya estaba calado, todo su cuerpo estaba lleno de agua, la notaba resbalar por su cara y entrar en la boca, no quería tragar ahora que sabía cómo eran, pero tenía tanta sed y estaba tan buena, sabía a agua fresca que mana de una gran montaña, que se dejó embriagar por ella y disfrutarla, hasta que se sació y calmó su sed. Cerró los ojos, relajado, y oyó en su cabeza una voz cálida y dulce que le decía:
—Los humanos no habéis comprendido el gran valor que tenemos. Siempre os hemos ayudado y, aunque ha habido épocas en las que desaparecíamos justamente para que nos apreciarais de nuevo, volvíamos concediendo a la humanidad una oportunidad más. Había países más ricos que nos despilfarraban, mientras otros subsistían con lo poco que les quedaba. Habéis sido caprichosos, egoístas y avariciosos, y merecéis el precio que estáis pagando por ello. Sin embargo, comprendemos que también ha habido gente humilde, gente de buen corazón que ha intentado cuidarnos y promover diversidad de iniciativas para respetarnos, valorarnos y evitar que se hiciera un mal uso nuestro. Tú eres una de esas personas, por eso hemos dejado que llegaras hasta aquí y entraras en nuestra isla, la isla sagrada del agua; y tú, solamente tú nos llevarás hasta tu mundo, crearás lagos artificiales en los que nos reproduciremos y nos distribuirás, de manera equitativa, por toda la tierra. Educarás a todos los humanos por igual en el respeto al agua y al medio ambiente, enseñando a los más pequeños, desde que nacen, a vivir en armonía con el agua y la tierra que los trae al mundo. Y este será el principio vital de toda la humanidad, el día que se rompa este principio, la especie morirá.
Sorprendido, Víctor, empapado de agua, abrió los ojos y allí seguían ellas, a su alrededor, danzando. Lo habían entendido, es más, ellas ya sabían que él llegaría hasta allí y lo habían permitido. Inclinó la cabeza, en señal de aprobación, lo que la cercanía del suelo le permitió, y preguntó:
—Solo soy un niño, ¿cómo podré hacerlo? ¿Cómo llenaré de agua esos lagos que comentáis?
La voz dulce, de nuevo, sonó en su cabeza:
—En tu bolsillo tienes la clave.
Y diciendo esto, empezaron a desaparecer de su vista, ni siquiera le dio tiempo a decir “gracias”. Tenía ganas de salir corriendo y contárselo a toda su tripulación, pero entendió que si lo hacía, las traicionaba también a ellas, además de que nadie le creería, era una historia demasiado disparatada. Por tanto, se puso en pie, se sacudió las hojas que se le habían quedado pegadas al cuerpo por el agua que tenía la ropa, se colocó el pelo que le caía empapado por la cara, confiando en que se secaría antes de encontrarse de nuevo con sus marineros. Por el camino pensaría alguna excusa para decirles.
Llevaba andando un buen rato y todavía no había encontrado a nadie, a lo lejos vio cómo la playa estaba cerca y, estupefacto, corrió hacia ella porque vio, en el horizonte, que ni el bote ni su barco estaban allí y ni siquiera había indicios de que alguna vez hubieran estado. El corazón comenzó a latir cada vez más rápido y gritó, gritó con todas sus fuerzas…
—¡Víctor! ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —Dijo su madre mientras entraba en la habitación y encendía la luz, acercándose a él y acariciándole la cabeza—. Estás empapado, hijo, ha debido ser una pesadilla. No te preocupes, no pasa nada, estás en casa.
Víctor, con la voz entrecortada, el pelo chorreando y el corazón latiendo a toda prisa, comentó a su madre que había tenido un sueño muy raro, pero no le quiso dar detalles. Su madre se marchó al baño a por una toalla para secarle un poco y mientras volvía, se incorporó en la cama y metió la mano en el bolsillo derecho de su pijama… Allí estaba ella: una minúscula gota de agua, inerte, sin vida, pero casi de igual aspecto que las que minutos antes había tenido delante de sus ojos. Casi se pone a llorar de la emoción: no había sido una pesadilla, como su madre decía, era un sueño hecho realidad, la isla sagrada del agua existía y él la había descubierto, consiguiendo un gran tesoro, una gota de agua mágica.
Radiante de felicidad, intentó disimular su entusiasmo mientras su madre lo arropaba dándole un cálido beso en la mejilla y animándole a que siguiera durmiendo, pues todavía quedaba mucho tiempo para levantarse e ir al colegio.
Él, emocionado, rememora en su cabeza las palabras de esos seres mientras aprieta contra su pecho esa gran recompensa: “me quedan dos años para terminar el colegio, después iré al instituto, estudiaré en la universidad alguna carrera relacionada con el agua, el medio ambiente, la naturaleza, la tierra…, y me dedicaré a viajar por el mundo transmitiendo lo que ellas me han enseñando, dotando de agua a aquellos territorios a los que ese bien preciado y escaso no llega, ayudando a los más necesitados y enseñando a todo el mundo la importancia de cuidar nuestro mayor tesoro: el agua”.
Mercedes Soriano Trapero
Gran escrito y relato, y mejor aún la moraleja de cuidar ese bien tan preciado como tu bien dices cómo es el agua. Un saludo de ANTIGÜEDADES DEL MUNDO
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Un abrazo. :)
EliminarPrecioso relato. Que no se nos olvide la importancia del agua en nuestras vidas. Abrazo
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Amaia. Un abrazo. :)
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