La niña que no creía en los cuentos
Había una vez una niña, muy recatada y presumida, que vivía en una gran ciudad junto a sus padres, Eric y Lena, y su gato Tom. Valia se llamaba y tenía siete añitos. Desde que era muy pequeña, sus padres le habían contado todos los cuentos que ellos conocían, los que, a su vez, les habían contado a ellos sus padres, sus abuelos y que habían sido transmitidos de generación en generación a través de los tiempos. Pero a Valia no le gustaban y se aburría sobremanera cuando sus progenitores comenzaban con el repertorio.
Eric y Lena se encontraban muy preocupados, porque daba igual el cuento que le contasen, ya fuera antiguo o moderno, de animales o de princesas, daba igual, a Valia no le gustaba. Cuando creció, optaron por dejarle libros con colecciones de cuentos o solo con dibujos para que ella los hojease, los tocara y se sintiera partícipe de la historia. Valia pasaba las páginas con el mismo interés con el que miraba al suelo. Nada le llamaba la atención.
Sus padres, finalmente, le preguntaron por qué no le gustaban y ella, convencida de sus palabras y con absoluta sinceridad, comentó:
—Porque no creo en los cuentos.
Aquella respuesta les sorprendió y optaron por no atosigarla más con los cuentos, con los libros, confiando en que quizá el tiempo le haría cambiar de opinión.
Un día, toda la familia se fue de excursión al campo. Valia se empeñó en llevarse a su gato Tom, aunque sus padres la intentaron convencer de que era peligroso, pues el animal no estaba acostumbrado a salir de casa. Pero la niña cogió una de sus habituales rabietas y Tom se incorporó al viaje.
Nada más llegar, el gato salió corriendo y se perdió en la espesura de la vegetación. Valia, asustada, salió detrás de él y sus padres, más asustados todavía, salieron, a su vez, detrás de Valia, hasta que, inevitablemente, la niña se perdió y sola, entre los árboles, se quedó.
Rompió a llorar, gritó llamando a sus padres, no se oía nada, ni siquiera el canto de los pájaros; pero de repente, una figura apareció ante ella, una figura de mujer, con grandes ojos, sonrisa impecable, vestido similar a una hoja y alas en la espalda. Tenía su misma estatura, sin embargo, Valia no se asustó al verla, porque ella pensaba que era más fuerte que aquel ser que se veía tan frágil.
—¡Hola Valia! ¡Soy tu hada madrina! ¿Te has perdido?
La niña abrió los ojos, mirándola con curiosidad, conocía su nombre y eso la extrañaba.
—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?
—Ya te lo he dicho, soy tu hada madrina, me llamo Sfera.
—Yo no tengo hada madrina, mis padres no me han hablado de ti, me lo hubieran dicho.
—Sí, tus padres sí te han hablado de las hadas madrinas. —Comentó Sfera con paciencia.
Valia se acordó entonces de los miles de cuentos que sus padres le leían y a los que no prestaba atención, quizá algún hada como aquella había visto en un libro o en el colegio, pero como no creía en ellas no se había interesado por indagar más.
—Yo no creo en hadas, solo estáis en los cuentos, son tonterías…
—Pues ya ves que no, existimos y hasta tú tienes un hada madrina.
—Demuéstramelo, haz lo que te pida, si de verdad eres un hada, podrás cumplir aquello que desee.
A Sfera no le gustó la vanidad y el orgullo que manifestaba la niña, se estaba comportando como un ser caprichoso, así que pensó que lo mejor que podía hacer era darle un escarmiento.
No concedemos deseos, solo ayudamos cuando estáis en apuros, como es tu caso. Sin embargo, haré una excepción, te concederé lo que me pidas si antes contestas a tres preguntas.
—Vale, soy muy lista, la mejor de mi clase, así que sabré todo lo que me preguntas.
—Muy bien, vamos a comprobarlo, primera pregunta: ¿cómo se llamaban los siete enanitos de Blancanieves?
—¡Eso no vale! Si me preguntas sobre los cuentos no vale, pregúntame algo que exista de verdad, que sea real.
El hada madrina se imaginaba que esa iba a ser la respuesta de la niña, así que no se lo pensó dos veces y añadió:
—Está bien, pues dime quién es aquella niña que va por allí con una cesta y una capa roja. ¿Cómo se llama?
Valia miró hacia donde señalaba el hada y, efectivamente, vio una niña con una capa roja.
—No la conozco, entonces no sé cómo se llama. No estoy en mi ciudad, así que no tengo por qué conocer a todo el mundo.
Sfera también esperaba que Valia contestara de esa manera, no admitía sus errores ni veía su ignorancia.
—De acuerdo, si contestas a esta pregunta, te concederé lo que me pidas.
—¡Pero no hagas trampas!
—Si miras al suelo, hay una pista para saber cómo encontrar a tu gato Tom y después a tus padres, ¿sabes qué pista es?
Valia miró al suelo y vio unas miguitas o semillas, no lo podía apreciar muy bien, pero no sabía si eso era a lo que se refería el hada. Comenzó a dar vueltas, buscando lo que podía ser, pero no encontraba nada que llamara su atención. A punto de comenzar a llorar, se volvió para gritarle al hada que dejara de jugar, pero esta había desaparecido. Pataleando, se tiró al suelo, gimiendo y pidiendo al hada madrina que volviera. Unos minutos después, esta apareció y, antes de que la niña pudiera decirle algo, le comentó:
—Si hubieras prestado atención cuando tus padres te leían cuentos o tú, al crecer, los hubieras leído, sabrías cuáles eran las respuestas a las preguntas que te he hecho. Sabrías, además, que los cuentos despiertan tu imaginación, te ayudan a vivir y te hacen más feliz, al igual que los libros en general. Si tú los desprecias, nunca aprenderás.
Valia agachó la cabeza y comprendió la lección. En ese momento, sus padres con su gato Tom en brazos de su madre aparecieron junto a ella. La niña se abrazó a ellos y les pidió regresar a casa.
Nada más llegar, Valia fue a su habitación, cogió uno de los muchos cuentos que tenía en la estantería y comenzó a leerlo. Su padres, en la puerta, la contemplaron asombrados, y Valia, desde ese día, empezó a creer en los cuentos. Ahora, los libros son sus mejores amigos.
Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay
Magnífico cuento, Merche. De esos que se lee embobado. Un inicio de presentación de la petulante niña, un acontecimiento que la pone a prueba. Las mágicas tres preguntas, siempre el número tres, que hace que el lector no deje de leer y la conclusión lógica de la prueba que no superó la niña. Y es que leer no es solo magia, es disparar la imaginación y solo con ella podemos ver más allá, tanto en humanidades como en ciencias. Un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, me alegra que te haya gustado. Un abrazo. :)
EliminarEste sí deberia ser un cuento para niños. Sobre todo para aquellos que están yan sobreprotegidos que se creen que lo merecen todo porque ellos lo valen.
ResponderEliminarMe ha encantado, Merche. Felicidades.
Un abrazo enorme.
Muchas gracias. Un abrazo. :)
EliminarUn cuento para niños de verdad muy hermoso! Abrazos!
ResponderEliminarMuchas gracias Maty. Un abrazo. :)
EliminarNo cabe duda de que Valia es una superdotada. Suerte que Sfera le dio los estímulos adecuados.:)
ResponderEliminarSiempre debe haber alguien a nuestro lado que nos guíe, sea mágico o no. Gracias por tus palabras. Un abrazo. :)
EliminarBonito cuento, con una gran enseñanza detrás, gracias por traerlo abrazo grande
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras. Un abrazo. :)
EliminarNunca es tarde para descubrir lo que nos puede interesar y tener valor para nosotros, Merche.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo :-)
Así es Miguel. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo. :)
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