Se aproxima lentamente,
la calle, a su paso, enmudece,
el vaivén de tu carroza te venera,
al igual que las almas congregadas.
Tu cruz es nuestra cruz,
te aclamamos y rezamos,
con fervorosa pasión oramos,
mientras una lágrima recorre
nuestra sonrojada mejilla al verte.
Los ojos te aclaman,
te piden, te suplican
clemencia para soportar
nuestro dolor,
nada comparado
a lo que tú sufriste.
Y, de nuevo, tú nos muestras
tu cruz, tu madera infame
que demostró a los humanos
nuestro pecado original
y nuestras maldades;
sin embargo, tu vida diste
para salvarnos.
¡Oh, Señor!
¡Qué poco hemos aprendido!
¡Qué poco valoramos
tus enseñanzas!
Perdónanos porque
sabemos lo que hacemos.
Y acoge en tu seno
a aquellos que claman
por la justicia,
la paz
y el amor verdadero.
¡Oh, Señor!
Enséñanos de nuevo a vivir.
Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay
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