02 agosto 2022

El lago.

 


Pescaba, como todos los domingos, en aquel lago enorme que parecía no tener fin, al que nunca había ido. A un lado agua, a otro agua, de frente agua, a la espalda el principio del embarcadero, un lugar lleno de tablas, mugriento, que amenazaba con romperse y que, sin embargo, ahí seguía, impertérrito al paso de los años. Sentado en su silla de pescador, con la caña de pescar en la mano, contemplaba el agua y allí donde desaparecía su sedal; no pensaba en nada, tampoco se dormía, aquella afición era única para calmar el agobiante estrés diario.

De pronto, notó un breve tirón en el hilo y aguzó el oído, sujetando firmemente la caña ante la presa que le rondaba. No se movió, no quería asustarla. Otro tirón más fuerte le anunció que había caído en la trampa, el anzuelo lo sujetaba, o eso creía él. Poco a poco, fue tirando del sedal, al mismo tiempo que un hormigueo recorría todo su cuerpo: “producto de la emoción”, pensó. En cambio, empezó a palidecer cuando miró su mano izquierda, la cual comenzaba a desintegrarse como si fuera polvo, primero su dedo meñique, después todos los demás. No sentía nada, pero el corazón se le aceleró. Dejó caer la caña y después él mismo caía hacia atrás en su recién estrenada silla de pescador; en esa posición, con las piernas levantadas, contempló con horror cómo su ropa se vaciaba, cómo sus botas caían sin nada dentro. No podía gritar, ni siquiera llorar, solo veía cómo su cuerpo desaparecía como si fuera una estatua de arena que el viento disuelve en cuestión de segundos. Su cabeza se desprendió de los hombros, él ya no veía, pues su corazón había dejado de latir, y sus ojos se quedaron abiertos mostrando el horror de lo que habían visto en sus últimos momentos de vida.

El agua comenzó entonces a agitarse, saltando por encima del muelle en una ola viva y llevándose los restos de aquel pescador que había osado robarle una pieza de su fauna. La cabeza fue engullida por los peces que, rabiosamente, se retaban por tan suculento banquete. Nada quedó que demostrara que él había estado allí y todo volvió a la tranquilidad, a la espera de que la próxima víctima llegara a disfrutar de su gran afición.


Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay

2 comentarios:

  1. Y eso que ir a pescar es relajante, dicen. Qué vengativo el lago.
    Un beso

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    1. jajajajaja Así es, pero este lago no era un lago cualquiera... Besossss

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