Estaba seguro de que ya no volvería, de que esa estación sería su último destino, de que el tiempo había llegado a su fin y había partido. Ya no regresaría, lo sabía, ni siquiera por él, ya no. Su reloj, con dos minutos de retraso en sus manecillas, le había jugado una mala pasada y, cuando llegó, ya no estaba, se había marchado, sin él, y ya no volvería, porque esa era su última estación, su última parada, el último tren del día.
Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay
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