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―¡El dragón negro! ―Exclamó, temeroso, uno de aquellos seres.
―No intentes zafarte de mis cuerdas mágicas, ni siquiera tus viles hechizos podrán liberarte.
Liuswel había sujetado con todos los hechizos que conocía a los dos seres para que no intentaran ninguna treta, como ya le ocurrió en un pasado cercano. Aprendió bien la lección. Debía mostrarse como un dragón fiero y extraerles, por las buenas o por las malas, la información que necesitaba.
―¿Dónde se encuentra el castillo? ¿Dónde está prisionera Tusvha?
―No te diremos nada, sabes que estamos más protegidos por nuestros hechizos que los que tú has usado contra nosotros. Tenemos más poder que tú.
―¡Eso habrá que verlo!
Habían enfadado al dragón negro que, con un solo movimiento de sus garras, elevó a los secuaces, los puso boca abajo en la chimenea y prendió fuego. Los seres oscuros se tambaleaban entre las cuerdas. El fuego era, quizá, a lo que más temían, aunque lo disimularon bien.
―¡De acuerdo! ¡Apaga el fuego! ¡Te llevaremos hasta él!
―No sé si puedo fiarme de vosotros. Prefiero que me lo digáis, puedo ir yo solito.
Los secuaces se miraron, mientras el fuego avanzaba hacia sus cabellos.
―¡Vale! Tenemos una bola mágica, ella es la que nos va indicando el camino hacia el castillo ya que este varía su posición, pues se mueve constantemente.
“Un castillo que se mueve, claro, por eso es tan difícil dar con ellos”, pensó Liuswel.
―Me gusta eso de la bola mágica, ¿dónde está?
―En mi bolsillo.
El dragón dudó de las palabras del ser oscuro, pero tenía que arriesgarse. Optó por apagar el fuego y registrar él mismo los bolsillos. Para esto recurrió también a la magia y, para su sorpresa, la bola mágica apareció.
Alguna indicación que deba saber sobre ella.
Liuswel evitó tocar la bola y dejó que esta se pasease delante de sus ojos para evaluarla. No parecía peligrosa.
―Solo pregúntale dónde quieres ir y ella te guiará.
―Muy bien.
El dragón salió de la cabaña con la bola frente a sus ojos y le preguntó dónde estaba el castillo de los seres oscuros. De repente, una imagen apareció: el castillo se elevaba entre una cadena de montañas, parecía flotar en el cielo. Liuswel indicó entonces que lo llevara hasta allí y la bola le dibujó el itinerario.
Se puso rápidamente en camino, no pensó en avisar al resto, temía que no fuera verdad y quería asegurarse bien. Tampoco se preocupó por los seres oscuros, no quería matarlos tan pronto, quizá tenía que recurrir a ellos de nuevo. Si la bola no lo engañaba, en unas horas estaría al pie del castillo.
(Continuará)
Esperemos que la bola no lo engañe. Un abrazo
ResponderEliminarEsperemos, jeje. Gracias, Nuria.
EliminarUn abrazo. :)
Toda la magia medieval se resume en dragones y bolas que todo lo saben. Recuerdo una película llamada DRACO
ResponderEliminarBueno, esta bola solo sabe el paradero del castillo de los seres oscuros, si es que no lo engaña, claro.
EliminarGracias por pasar.
Un abrazo. :)
Super imaginativo lo del castillo que se mueve y esa bola que lo llevará al castillo. Me encanta, sigo...
ResponderEliminarMuchas gracias, Ana.
EliminarUn abrazo. :)
Que derroche de imaginación! precioso relato Merche! 😉Saludos! 🙋♂️🙋♀️
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarUn abrazo. :)
Espero que pueda rescatarla. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Federico.
EliminarUn abrazo. :)