05 septiembre 2024

Una receta extraordinaria, quinta parte.

 



Primeros capítulos de esta historia en este enlace.


5


―¿Me vais a dejar entrar o qué? Menos mal que solo vosotros podéis verme y que no hay vecinos...

Un ser extraño los miraba al otro lado del umbral. No esperó a que le dieran permiso, se introdujo en la casa sin ningún miramiento. Elena y sus nietos lo miraban sorprendidos.

―Bien, tenemos muchas cosas que hacer, a ver, por dónde empezamos… Ah, sí, los saludos, protocolarios pero necesarios. Mi nombre es Lincevashj, pero podéis llamarme Lin, es más fácil para vuestras cabezas humanas… Y sí, soy un elfo.

Mario miró a su hermana, emocionado. Lucía era incapaz de quitar sus ojos del elfo y fue Elena la que pudo, por fin, hablar.

―¡Hola…, hola, Lin! Mi nombre es Ele…

―Sé vuestros nombres, no hace falta que me los recordéis… Hay prisa y tenemos muchas cosas que hacer, así que, vamos a ello.

El elfo no tenía ningún tipo de escrúpulos, quizá era un poco cascarrabias. Tenía la estatura de Mario, orejas puntiagudas, gran barba y unas gafas en la punta de su enorme nariz. Su ropa, pantalones verdes y casaca marrón, se veía vieja, con total probabilidad tenía su misma edad.

Cuando Elena vio que comenzaba a revolver toda la casa, le molestó y le llamó la atención.

―Espera, Lin, que tengas prisa no quiere decir que puedas revolver todo a tu antojo… Esta es mi casa.

El elfo se volvió, registraba en ese momento los muebles del salón, y colocándose las gafas que volvieron a su posición original en un segundo, se dirigió a Elena con cierta chulería.

―Creo, Elena, que no me has escuchado bien, soy un elfo, Lincevashj, el encargado de dar acogida a los nuevos miembros. Tengo pleno derecho a revolver tu casa si así se me antoja e, incluso, a quitaros la ropa si fuera necesario.

Los niños rieron.

―No me hace gracia, jovencitos, desde hoy y hasta dentro de un año estáis a mi servicio y haréis lo que yo diga.

―Bien, de acuerdo, pero cuando ellos estén contigo, Lincevashj, ahora están en mi casa, son mis nietos y yo haré lo que crea conveniente. ―Replicó Elena con el mismo tono con el que el elfo le hablaba y, además, pronunciando su nombre a la perfección dejando en evidencia al elfo.

Lincevashj se sorprendió, ligeramente, ante sus palabras y con pasos cautelosos se acercó hasta Elena.

―Tu hijo se llama Pedro, ¿verdad? ―Elena asintió―. Tendremos que llevarnos bien, pues ambos tenemos ciertos intereses en esta empresa. Por cierto, tú también vienes con nosotros, así que no te preocupes que verás cómo tratamos a tus nietos. Y, por favor, de verdad, hay prisa.

Lucía y Mario comenzaron a saltar abrazándose a su abuela. Esta no se acababa de creer lo que el elfo había dicho y también le extrañaba que hubiera mencionado a su hijo.

―Comprendo entonces, no buscaré yo las cosas, lo haremos entre todos… ¿Está bien? ―Lin extrajo una lista enorme del bolso que llevaba a la cintura y empezó a enumerar―. Necesitaréis todos los utensilios de magia que tenéis por la casa, son imprescindibles.

―Esto, Lin, lo siento, pero aquí no hay objetos de magia… ―Comentó Elena recuperándose del anuncio, para después añadir―. Y yo creo que no debería ir con vosotros, yo no quise aceptar la magia…

―Ya, eso fue hace tiempo, hace un momento has dicho que te arrepientes de esa decisión, así que, por suerte, puedes volver a acogerla. Es más, es petición expresa del mago supremo. No hay más que hablar… Y sí, sí hay objetos de magia. Durante todos estos años os hemos dejado varios utensilios para ver si, por fin, podías dar con ella. Ha costado un poco, no creas…

Lucía corrió a la cocina a por el libro de recetas maravillosas y en el armario encontró, de nuevo, un molde para hacer duendes.

―¿Es esto a lo que te refieres, Lin?

―Eso es, muy bien, Lucía, serás una buena alumna… Vamos a buscar más… ¡Mirad! Ahí está la varita mágica, lleva en esta casa cinco años y no la habéis descubierto. ―El elfo recogió el plumero que Mario había tirado cuando él llamó a la puerta.

―¿El plumero? Pero si lo he estado usando hace un momento, no hace nada extraño.

―¿Nada extraño, jovencito? No, nada extraño no, hace magia. ―Y apuntando hacia uno de los cojines del salón lo transformó en un florero.

―¡Hala! ―Exclamó, Mario, encantado.

―Me temo que nos queda mucho trabajo por hacer, todavía tenéis ojos humanos, hasta que aprendáis a usar los ojos de la magia no haremos nada… En fin, para eso he venido. ¡Vamos!


(Continuará)



Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay





14 comentarios:

  1. Excelente Merche, la historia sigue teniendo un gran ritmo y nos deja con la curiosidad de qué pasará después. Quedo a la espera de nuevas entregas. Saludos.

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  2. Por cierto Merche, con el nuevo cambio de imagen de bloguers es difícil votar, ojalá incorpores link en el relato para poder votarte, ahora mismo no veo ninguno ni forma de votar. Seguiré buscando...

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  3. Un disfrute esta quinta parte, que te pide más y más.
    Quedo a la espera de la sexta parte que seguro que es tan buena o más que esta.
    Espero que hayas pasado un verano muy agradable, Merche.
    Besos

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  4. Transformó un cojín en un florero, jajajaja, que bueno. Está parte la he disfrutado mucho más. Un abrazo

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    1. Claro, el cojín era de flores dibujadas, entonces... Jejeje. Pues hay más transformaciones insólitas para siguientes capítulos.
      Gracias, Nuria.
      Un abrazo. :)

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  5. Muy bueno, disfrutable, sigue avanzando y captando la atención, una lindura, gracias Merche, abrazo, Themis

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  6. Qué elfo más mandón! Seguiré atento a la continuación. Un abrazo

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  7. ¡Qué forma de ver esos objetos cotidianos, Merche! Toda la vida delante de ellos (y de nosotros) sin saber su utilidad. Seguiré atento al relato.
    Un fuerte abrazo :-)

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