23 septiembre 2025

Condena ejemplar.

 




El juez tomó la palabra:

―Declaro al acusado culpable de todos los delitos que se le imputan con una pena de arresto domiciliario de 345 días más trabajos a la comunidad durante 365 días después de cumplir la pena en su domicilio. No obstante, quedará excluido de la presente condena si, antes de veinticuatro horas, se retracta de los hechos cometidos. Al ser menor de edad, sus padres tendrán siempre la última palabra.

El fiscal y el abogado defensor se miraron. Este, después de evaluar la cara de su oponente y con las palabras del juez bailando en su cabeza, volteó la cabeza hasta su cliente animándolo con la vista a proceder con esa disculpa. Había tenido suerte, le había tocado un juez magnánimo.

El acusado, con la vista fija en el suelo de la sala, no levantó los ojos ni un segundo, impasible ante la sentencia del juez y ante la mirada inquisitoria de su abogado.

Un carraspeo surgió, de pronto, entre el público. El acusado lo reconoció, su padre también le invitaba a hablar.

―Si me lo permite, señor juez, lo haré ahora mismo si procede.

―Adelante, acusado, tiene la palabra.

―Yo también me declaro culpable de los hechos cometidos y aunque pido perdón, quiero cumplir lo que estipula. He sido un grosero, egoísta e inhumano. No solo no hice caso de los consejos de mis progenitores, sino que obvié todas las veces que pude y más las tareas que, como habitante de la casa, me correspondían. Provoqué las lágrimas de mi madre, el enfado constante de mi padre y no me he dado cuenta de la magnitud a que llegaron los hechos, hasta que he visto en la pantalla mis desplantes, mi desidia y mi vagancia, permítame que lo exprese así. Tengo merecida su condena y la cumpliré hasta el último minuto. Pero, es más, no necesito que mis progenitores me vigilen, bastante han hecho ya, con los pocos ahorros que tenía guardados por si algún día me independizaba, les pagaré unas merecidas vacaciones, al lugar que ellos elijan y yo, no solo limpiaré y adecentaré la casa, sino que la pintaré y la renovaré. Y, después, así lo haré con el resto de las casas de los vecinos hasta que cumpla con mis obligaciones como es debido. Tiraré la consola de juegos, así como el móvil y cualquier otro elemento que me pueda perturbar. Y cuando haya cumplido el castigo, me matricularé para terminar mis estudios. Tiene mi palabra de que así será.

―Me agrada que haya hablado con tanta cordura, sin embargo, no creo en sus palabras, pues es reincidente en esta sala. No dejaré a sus progenitores que sean los encargados de asumir su cuidado hasta que cumpla la condena, sino que tendrá un vigilante constante, las veinticuatro horas del día. Efectivamente, ellos podrán irse de viaje porque alguien cuidará de que cumpla todo lo que acaba de prometer.

El acusado bajó los ojos, posiblemente arrepentido de todas las palabras que había dicho; iba a lanzar su réplica cuando el abogado defensor le tocó en el brazo levemente mientras movía la cabeza en un gesto de negación.

Hace bien en seguir los consejos de su abogado, tan bien ha hablado pero, por desgracia, tan bien nos conocemos que omito la última parte de mi condena: no hay libertad aunque se haya retractado. Después de todas las labores que tiene que hacer, las que usted mismo ha enumerado, le recomiendo, igualmente, que estudie la carrera de abogado porque algo así le recomendé hace bastante tiempo al que ahora mismo le ha defendido y mira dónde ha llegado. Espero que usted sepa seguir su ejemplo. Se levanta la sesión.



Mercedes Soriano Trapero
Foto: pixabay


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