06 junio 2021

Los Cuatro Órdenes, introducción.


¡Hola!

Os dejo el primer capítulo de Los Cuatro Órdenes, una historia llena de aventuras, con personajes fantásticos y un mundo irreal. Después de esta introducción se suceden tres partes impactantes que te harán no moverte del sitio hasta que lo termines, y cuando llegues al final desearás no haberlo terminado. ¿Te apetece leerlo?


INTRODUCCIÓN

El viento del norte soplaba de nuevo enfurecido. No daba tregua

a los habitantes de Eolum que, para sobrevivir, debían refugiarse

en las cuevas bajo las montañas; aquel que se atrevía a salir no

volvía jamás. Los vientos así lo habían predestinado y no queda-

ría nadie, si era necesario, hasta que los cuatro órdenes estuvie-

ran completamente restablecidos.

Dentro de su refugio, los pocos lugareños que quedaban sub-

sistían pasando penurias. Habían perdido todas sus posesiones,

lo poco que tenían e, incluso, la vida de muchos de ellos. Ni si-

quiera los dracos les podían ayudar, porque ellos también sufrían

la ira de los vientos si se atrevían a salir. Su especie, igualmente,

había sido mermada considerablemente.

El desánimo, por tanto, era generalizado..., solo una pequeña

eolu mantenía la esperanza, no solo por su actitud positiva, sino

también porque en la palma de su mano tenía una marca de na-

cimiento: una estrella con la inicial de cada orden en cuatro de

sus puntas, y cuando ella preguntaba a su draco qué significaba,

él siempre le contestaba lo mismo: “algún día lo sabrás, no seas

impaciente...”.

Pero Stell, que así se llamaba la pequeña, estaba cansada de

no poder salir al exterior; cansada de ver morir a tantos, cansada

de ese sonido infernal que los vientos provocaban..., así que,

aprovechando un descuido de su draco Galmam, se ató a una pie-

dra enorme que había en la entrada de la cueva y salió al exterior.

Apenas podía abrir los ojos, no solo el viento del norte so-

plaba enfurecido, sino también el viento del sur. Ambos unían

sus fuerzas formando remolinos. No podía avanzar, si se movía

saldría volando... No lo pensó dos veces y lanzó, a esos vientos,

un gran grito con todas sus fuerzas. Sorprendentemente, ambos

pararon momentáneamente. Stell abrió los ojos y vio que nada

se movía a su alrededor, ni siquiera ella, por lo que, de nuevo,

volvió a gritar diciendo:

―¡Basta ya! ¡Estamos cansados! ¡Esto no conduce a ninguna

parte!

Y, mientras gritaba, alzaba sus manos gesticulando fuerte-

mente y dejando al descubierto la marca de su mano (que siem-

pre llevaba escondida por recomendación de Galmam).

Sus gritos alertaron a todos que se asomaron a la entrada de

la cueva, junto con Galmam, justo en el momento en que ambos

vientos rodeaban a la pequeña, la alzaban suavemente al cielo

manteniéndola allí, mientras los demás instaban al draco Gal-

mam para que fuera a ayudarla, temiéndose lo peor. Galmam los

miró con frialdad diciendo:

―Su destino ha llegado...

En ese momento, Stell aterrizaba en el suelo divertida y los

vientos se retiraban completamente. Corriendo hacia su draco,

gritaba:

―¡Se marchan, Galmam! ¡Se marchan! ¡Los vientos se marchan!

―Tranquila, pequeña, tranquila ―dijo Galmam con ternura.

―Me han dicho que me obedecerán y que harán siempre lo

que yo diga... ¿por qué lo dicen, Galmam?

―Ven, tengo que explicarte algo.

Stell no lo sabía, pero ella era la elegida, la única que podría

pacificar los cuatro órdenes. Había nacido con ese fin y ahora

había llegado el momento de contárselo.


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