Una última broma
"¡Una broma! ¡Solo una última broma!", gritó el condenado a muerte cuando se dirigía al patíbulo. El público asistente a la ejecución se miraba extrañado: "¿qué dice este loco?", repetían. Había quien reía, los que se sorprendían y también los que gritaban a sus verdugos que le concedieran su última voluntad. Finalmente, esta propuesta se extendió entre los asistentes hasta llegar al patíbulo. Los verdugos, coaccionados por el clamor popular aceptaron. El hombre pidió entonces que le quitaran la soga que ya tenía al cuello y la que rodeaba sus muñecas. Un silencio sepulcral inundó el lugar y el condenado, sin saber cómo, cogió la cuerda destinada a su cuello, la echó al aire y trepó por ella, mientras todos miraban hacia arriba con signos de asombro en sus rostros. Los verdugos se miraron, no podría escapar y, sin embargo, desapareció, mientras el eco repetía: "ahí tenéis vuestra broma, broma, broma".
Mercedes Soriano Trapero
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